Orinoco 4, el río Bita


Por si te perdiste el anterior capítulo de Foto expedición Orinoco puedes leerlo en Orinoco 3, de Paso por el Orinoco.

Si en el capítulo anterior contaba la naturaleza grandiosa el río Orinoco, cuando entramos al río Bita este comenzó a darme lecciones menos grandiosas pero más íntimas.

— Oye mi voz más queda y virgen, más dirigida a tu interior — decía el río Bita.

Así fue que no me perdí las bellezas rosadas.


Espatulas rozadas en el río Bita, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

¿Pero entendí? ¿Es la fotografía un indicio de ese entendimiento? No se, pero lo viví.

Y en la orillas del río Bita más vida, más aves, muchas garzas.

— ¡Una garza real! — dije con mucho entusiasmo — hice la foto, hice muchas y una de esas.


Garza real a orilla del río Bita, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Y llegamos al lugar del campamento. Una isla en el río Bita, dos terceras partes de bosque, una tercera de arena enfrentando el río. Desayunamos con pavón frito (un pescado) y deliciosa arepa venezolana. Ahí más aves, playeros, chorlitejos y más caracaras, esta vez una pareja.


Dos caracaras conversan mientras se alimentan, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Estaban paseando en la playa y parecían estar conversando mientras buscaban alimento para sus bebés.

— ¿Te perece bien este hueso para que los niños tengan calcio y desarrollen un pico fuerte? — decía uno de ellos, el más grande, la hembra.

— Claro, mi amor, todo lo que sea bueno para nuestros hijos — decía el macho — mientras tomaba el hueso para llevarlo al nido.

Y así recorrieron la playa buscando cosas para alimentar a la familia, un comportamiento basado en el amor con miles de años de antigüedad. Y dicen que los mamíferos son los únicos capaces de expresar amor por sus crías, esto también era amor paternal.

Mientras en uno de los matorrales de la orilla de la isla un cormorán desplegaba su alas al sol.


Pato aguja secando sus alas, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Lo llaman pato aguja, pero no tiene nada que ver con los patos, ni siquiera nada, sólo bucea y para poder hacerlo no tiene impermeabilizadas sus plumas, como si las tienen muchas aves acuáticas, como los patos, por lo que cuando ha pescado le toca llegar dificultosamente a un lugar donde esté iluminando el sol para secar sus alas. No es para nada un pato, prefiero su otro nombre, pájaro serpiente. Y me encanta verlos así porque parece que estuvieran adorando al sol.

Pero obviamente no era el único en el bosque de la isla, había cientos de aves y quien sabe que más en ese espacio pequeño. Y una simpática y pequeña presencia descansaba en una rama.


Golondrina en la mañana, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Una golondrina que parecía posar en la mañana.

— Soy linda y tierna, tómame una foto — parecía decir la golondrina.

— Pero yo soy más linda y majestuosa — decía un garzón azul acaparando ahora mi atención.


Garzón azul, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Más o menos un metro veinte de elegancia azul y gris estaba en la orilla al frente en el río, mirando.

Y así, en ese pequeño segmento de río más y más vida. Pero no sólo la riqueza se presentaba en la fauna, sino también en su paisaje.


Playa en el río Bita 1, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Y sólo girando unos grados hacia la derecha:


Playa en el río Bita 2, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

¡Y ahí acampamos, en ese paisaje!

Y las aves caminaban plácidamente por sus arenas, otra vez exigiendo mi atención.

— Yo sólo camino y soy linda ¿no te perece? — parecía decir el pellar playero.


Pellar playero, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Y mientras esperábamos el almuerzo, hablábamos de la gran cantidad de aves y uno de los compañeros dijo.

— ¿Cómo la que tienes en el árbol, detrás de ti? — me decía divertido.


Caracara, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Era uno de los dos abnegados padres caracara que estaban recogiendo huesos en la mañana para sus pequeños, la isla era su hogar, despensa y coto de caza. Estaba muy seguramente vigilándonos.

— ¿Serán depredadores estos monos extraños? ¿Dejarán comida tirada como otros los monos?, mis bebés necesitan comida — pensaba muy interesado el caracara.

Menos mal ninguna de las dos preguntas del caracara resultó ser cierta, sólo la observación de que eramos monos extraños.

Al pararme y hacer la foto del caracara quedé en modo fotografo y por lo mismo mirando hacia la playa pude poder ver otra ave, una corocora negra o coquito.


Corocora negra 1, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Que al acercarme emprendió el vuelo.

— Se está acercando demasiado, mejor me voy — dijo con prevención, pero no con angustia.


Corocora negra 2, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Y aprovechó y me dio a mi, un ex-aprendiz de parapentista, una lección de vuelo, la cuál no sería la única que me darían los ríos.

— La facilidad, la fluidez, la naturalidad ¿lo notas? — decía el río Bita con paciencia.


Corocora negra 3, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

— Dejo que el aire corra por mis alas y con unos pocos aleteos me remonto al cielo — parecía decirme la corocora.


Corocora negra 4, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Al rato salimos por el río, en la canoa, y fuimos a dos lagunas, realmente brazos abandonados del río Bita.


Laguna del río Bita 1, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

No es raro encontrar este tipo de lagunas cerca de los ríos de llanura, tienen forma de media luna, nacen cuando el río cambia de curso y abandona esos antiguos trayectos. Mientras pensaba en ello unos aterradores ojos me veían desde la superficie de la laguna.


Babilla, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Y luego más, pero cuando me acercaba para hacerles fotografías se ocultaban rápidamente y al parecer lo aterrador realmente estaba en otra parte.

— Mejor escondernos no nos vayan a convertir en una cartera de cuero y de todos modos no sabemos bien — decían un poco aterradas las babillas.

Por eso sólo pude ver sus ojos y algo de sus cuerpos flotando debajo del agua, camuflándose entre los troncos sumergidos. Pero la belleza del paisaje de estas lagunas nos asaltaba continuamente.


Laguna del río Bita 2, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Y, como siempre, con solo rotar unos grados.


Laguna del río Bita 3, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

Y más fauna, muchos martín pescador, más garzones azules, corocoras negras, garzas azules, garzas ralladas, garzas blancas y más.

De vuelta armé la carpa y pensé que tenía que tener cuidado por que la arena sobre la que estaba era muy suelta y las estacas muy pequeñas, no alcancé a adecuar unas largas como las que usábamos cuando acampábamos de niño con mi familia en las playas vírgenes de Venezuela.

Y cayó la tarde dejando ver otro de sus espectáculos.


Atardecer con canoa en el río Bita, del album Orinoco, originalmente cargada por Luis Alejandro Bernal Romero, Aztlek.

— No puedo ser más hermoso — decía plácido el río Bita.

Después de cerrar la boca ante el espectáculo el guía dijo.

— Tomen sus linternas pues no vamos a pescar.

— ¿A pescar, de noche y sin cañas? — pensaba yo.

Abordamos entonces la canoa.

— Todavía no prendan las linternas — decía el guía entre susurros.

Navegamos un rato más en el río, cuando.

— ¡Préndalas ahora! — dijo enfáticamente.

Comenzaron a llover peces desde el agua, pasaban saltando por encima de la canoa, algunos caían dentro de ella y otros nos pegaban fuertemente en los hombros, espalda y rostro. Fue la pesca más fácil, pero más apaleada que he hecho en mi vida.

De vuelta nos comimos esos peces a la parrilla con muchas ganas a pesar de nuestros múltiples moretones y riéndonos de la experiencia.

Nos fuimos a dormir exhaustos y yo entre sueños recordaba todo lo que había pasado y una voz me decía.

— ¿Entiendes, entiendes? — decía el río Bita, con su voz cavernosa y aireada de mono aullador.

El siguiente capítulo Orinoco 5, más río Bita.

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