Posted on 30 de octubre de 2013
Una niebla densa y misteriosa cubría la laguna. De pronto, y en un instante, el frío viento del páramo dejó de soplar y la superficie de la laguna se volvió como un espejo, totalmente plana como nunca lo había estado. Los colibríes se tomaron un descanso y se posaron sobre las flores del frailejón. Esmeraldas y zafiros posados sobre ámbar. La osa de anteojos dejó de comer y llamó al orden a su inquieto cachorro y se sentaron a esperar en la orilla. El siervo se quedó quieto mirando a la laguna. Y el puma no prestó más atención a la caza sino a lo que iba a pasar. Los frailejones de irguieron y esperaron. Todos esperaron, con expectación.
La energía de la creación comenzó a sentirse mientras formaba un vórtice sobre la laguna que despejó la niebla sobre ella. En ese momento, en el centro de la laguna, comenzaron emerger dos figuras. Una mujer y un niño. Las frías aguas parecían no afectarles, ni siquiera parecían mojados. Caminaban con la majestuosidad que solo poseen los dioses.
Ella era grácil, pero al mismo tiempo fuerte, cabello tan negro y brillante que por momentos se podían ver fuertes reflejos azules. Su piel cobriza era tan suave que los frailejones, al compararla con sus tersas hojas, palidecieron de vergüenza. Al igual que el siervo al ver sus ojos negros, profundos y tan llenos de amor y sabiduría. Su rostro como sólo podía ser el de una diosa, perfecto. Pero no severo, sino el rostro de una amante y una madre al mismo tiempo. Su cuerpo se movía con tal fuerza y gracia que el puma solo pudo hacer una reverencia con la más sincera admiración. Desde ese entonces, es necesario decirlo, ningún otro felino admiró a un humano por su andar. Por que Bachué, era un humana, la primera.
El niño, a pesar de su edad, era ya fuerte, tanto que los osos lo reconocieron y en homenaje dejaron los quiches adornando su camino. Lavaque, pues tal era su nombre, también tenía una mirada de sabiduría, aunque no tanto como Bachué, pues era necesario que pasara el tiempo para que fueran iguales. Sin embargo, su inteligencia era tan rápida que el colibrí palideció.
Cuando llegaron a la orilla todos los frailejones florecieron al mismo tiempo, el páramo explotó en color amarillo sobre gris plata. El puma y los osos rugieron, al colibrí cantó y el ciervo saltó por todo el páramo. Baché y Lavaque se acercaron a ellos y los acariciaron dulcemente agradeciéndoles la bienvenida. En aquel entonces los animales no temían a los humanos y los consideraban sus hermanos.
Lavaque, aunque un niño, no era el hijo de Bachue ni su hermano, sería su esposo. Pero como en los humanos el hombre es siempre más inmaduro que el mujer, Bachué esperó a que se convirtiera en hombre.
Y con el tiempo su fuerza se hizo más que evidente en un amplio y fornido pecho, y en una resistentes piernas que podían subir al páramo en pocos minutos. Su rostro fuerte y decidido emanaba inteligencia y , ahora si, sabiduría.
Entonces Bachue al ver que se había convertido en hombre lo miró como solo las mujeres saben mirar a un hombre. Lavaque le tomó la mano suavemente, casi tímidamente, y ella sin apartarla la aceptó. Después se miraron tan cerca que cada uno veía los ojos del otro como si fueran uno. Y se besaron.
Y sellaron su unión ante la laguna. Y de esa unión nacieron todos los humanos de la tierra. Bachue y Lavaque se convirtieron en padres y como tales les enseñaron a sus hijos a vivir y a respetar la naturaleza. Bachue y Lavaque les enseñaron a cultivar los alimentos pero nunca en los páramos, ni los bosque de niebla, no ha secar los humedales pues ellos son la madre del agua y por ende el origen de la vida.
Bachue y Lavaque con ese infinito amor que se profesaban nunca se separaron y todo lo hicieron juntos. Así que, cuando vieron que su pueblo, la humanidad, estaba lista, que eran numerosos y habían aprendido el respeto por ellos mismos y la naturaleza vieron que su tarea estaba cumplida.
Entonces volvieron a la laguna de Iguaque y todos sus hijos los acompañaron para despedirlos y en la laguna los esperaban los descendientes de los animales que los habían visto nacer y que querían despedirse también. Los colibríes, los osos, los pumas los venados y muchos más estaban ahí. Y los frailejones, los mismos que estuvieron en el principio, todavía estaban ahí, pero mucho más altos.
Bachue y Lavaque se despidieron y en muchos ojos habían lágrimas, pero ellos los consolaron pues les aseguraban que en cualquier laguna ellos estarían en los profundidades viéndolos desde ahí, cuidándolos. En ese momento se convirtieron en dos grandes y hermosas serpientes, y cuando les miraron los ojos todavía se veían esos ojos negros llenos de amor y sabiduría. Y así, se sumergieron en la laguna.